¡DIOS ES MI PAPITO ! por Mónica Ramirez
La espiritualidad de la niñez es una cuestión de relación, y es una de las cosas que he ido descubriendo desde mi propia experiencia. Las niñas y niños construyen la imagen de Dios y fortalecen su relación con él desde las relaciones más cercanas ...
¡Dios es mi papito!
«Mamita
¿o sea que Dios es mi papá, así como papito lindo?» Sorprendida por la profundidad teológica de mi hija, le pregunté inmediatamente: «¿Y quién te dijo eso?» Ella respondió: «¡Pues tú, mamita!» En ese momento recordé que el día anterior, durante nuestro trayecto al trabajo, le había compartido a mi esposo mis reflexiones acerca de Dios como padre. Hablamos del abrazo, la ternura y la caricia que muchas veces perdemos cuando no nos acercamos a Dios como a un padre. Moniquita venía en el asiento posterior del auto y, sin proferir palabra, llego a una conclusión profunda: ¡Dios es mi papá. Un papá tan lindo como mi papito lindo!
¡Cuán hermoso es construir la imagen de Dios a partir de la imagen de un padre y una madre amorosos, que con ternura y lazos de amor enseñan a caminar en la vida, corrigen, alientan hacia el bien, y atraen con las caricias de sus mejillas (Os 11.3-4); un padre y una madre que corrigen con convicción, pero con misericordia y ternura.
La espiritualidad de la niñez es una cuestión de relación, y es una de las cosas que he ido descubriendo desde mi propia experiencia. Las niñas y niños construyen la imagen de Dios y fortalecen su relación con él desde las relaciones más cercanas, especialmente las que sostienen con papá y mamá. Un papá y mamá duros, violentos, groseros y distantes les harán ver un Dios distante y lejano al que le tendrán miedo. De un papá o mamá que hace promesas pero no las cumple, construirán la imagen de un Dios en el que es difícil confiar.
A continuación presentaré una serie de aspectos importantes a tomar en cuenta para fortalecer la espiritualidad de nuestras hijas e hijos.
El ambiente familiar enriquece la espiritualidad del niño:
Como familia, nuestro sueño es acercarnos cada día más a Dios. Para nosotros, la evidencia más grande de que estamos bien con el Señor es que también estamos bien entre nosotros. Lo uno no se da sin lo otro.
Sin embargo, nuestro hogar no es perfecto. Igual que toda familia tenemos nuestras diferencias y dificultades. Moniquita sabe esto más que nadie. No obstante ella sabe también que nuestro hogar es un espacio para pedir perdón y perdonar; para ser transparentes y reconocer nuestras faltas, para ser exhortados los unos por los otros, para ver los conflictos como una oportunidad de crecer y madurar en nuestras relaciones, para expresar nuestros sentimientos y malestares, pero también sentir el abrazo de la reconciliación.
Una vez íbamos en el auto cuando Moniquita nos dijo: «¡Aquí todos dijimos que íbamos a cambiar! ¡Yo he cambiado!» Luego se dirigió a uno de nosotros y dijo: «Tú has cambiado un poco», y luego al otro: «Tú no has cambiado nada». Ella ha aprendido que en su familia tiene un espacio para expresarse libremente. Muchas veces hemos recibido exhortación, amonestación o felicitación de nuestra pequeña. Tenemos que reconocer, humildemente, que ella hace una labor pastoral con nosotros, y Dios la usa para edificarnos, reconciliarnos y traer paz. Esto es también un aspecto clave para el desarrollo de la espiritualidad en la niñez.
Contrariamente a lo que muchos hemos creído, los padres que piden perdón por haberse equivocado, haber actuado mal o disciplinado injustamente, no pierden autoridad sino que la ganan («Confesaos vuestras ofensas los unos a los otros.» Stg 5.16), lo que también es parte de no provocar el desánimo y la ira de nuestros hijos e hijas. (Ef 6.4).
Un espacio genuino de perdón y reconciliación fortalece valores como la verdad, el ser auténtico, el perdón, el amor, la reconciliación y la búsqueda de la paz, conceptos abstractos que van concretándose en la vivencia de una espiritualidad genuina.
Las historias bíblicas y la memorización de la Palabra:
La niñez es la mejor etapa de nuestra vida para memorizar la Palabra y conocer las historias de la Biblia, y esto lo hemos aprendido de la educación tradicional. En mi opinión, tanto la memorización como el conocimiento de las historias bíblicas son muy valiosos para el fortalecimiento de la espiritualidad de la niñez, pero no lo más importante. En mi experiencia docente he conocido a niñas y niños que recitaban de memoria grandes porciones de la Biblia, o conocían muchas historias, pero no eran felices ni tenían buenas relaciones. No podían aplicar la sabiduría de la Palabra a las situaciones difíciles, ni encontrar la conexión entre una historia bíblica y su vida diaria.
Cuando Deuteronomio 6.6-7 nos dice que guardemos en nuestro corazón los mandamientos del Señor y que hablemos diligentemente de ellos a nuestros hijos en todo tiempo va más allá de un simple memorizar la Palabra. Está dentro del contexto de la relación cotidiana entre los padres y sus hijos al levantarse, acostarse, ir por el camino, estar en la casa, y el «hablar de ellas» implica entender el sentido y significado del mandamiento. Esta es la gran diferencia entre Jesús y los fariseos al interpretar las Escrituras. Jesús iba al sentido, el valor y el principio que hay detrás de la historia y del mandamiento; los fariseos se quedaban únicamente en el la letra.
Por esta razón, mi sugerencia es que todo tiempo de lectura y memorización vaya acompañado de un tiempo de reflexión y preguntas, no sólo para asegurar que los pequeños comprenden, sino también para extraer los principios bíblicos que agreguen valor a su vida. Una vez que el principio de la historia haya sido descubierto por sus hijos, facilite el que ellos hagan un compromiso de cambio en sus vidas. Por ejemplo, en la historia del buen samaritano sus hijos pueden elegir a un niño o niña al que quieran ayudar, ya sea compartiendo algo de lo suyo o bien siendo gentiles, amorosos y amigables con aquel que es rechazado por los demás. Asimismo, la parábola del sembrador puede ayudar a los pequeños a querer ser la buena tierra donde la Palabra de Dios florece. Su compromiso puede enfocarse en el aprendizaje de la Palabra y los cambios que pueden hacer.
Busque historias motivadoras e inspiradoras. Introducir a los niños en las historias de guerra puede tener efectos contrarios a los que queremos promover, principalmente en nuestros países latinoamericanos, tan ensangrentados por la violencia.
La música es indispensable:
«Mamita», expresó mi chiquita, «Miso dijo que no juega conmigo porque soy negra».
Mi primera reacción fue exclamar: «¡Qué chinita más abusiva! ¡Ella es amarilla!» Momentos después de haber tenido mi explosión de rabia, le dije: «Muñeca, para Dios todos somos iguales. No hay diferencia entre hombres y mujeres, ni entre blancos, morenos, amarillos o de cualquier color». Ella respondió inmediatamente: «¡Ya entiendo!», y comenzó a cantar:
Cristo ama a los niños,
Niños de cualquier nación,
No importa su color
A Jesús su Salvador.
Cristo ama a los niños por doquier.
La música, con letra clara y entendible, es un elemento esencial en el fortalecimiento de la espiritualidad en la niñez. Debe ser adecuada a su edad, con conceptos concretos. Las niñas y niños pequeños (2-4 años) saben acerca del sol, las flores, los árboles y los pájaros, sus hermanos, papá y mamá. También conocen del sembrador, de una oveja perdida, de una moneda que también se perdió, de una semilla pequeña, de una casa construida sobre la arena y otra construida sobre la roca. Sin embargo, les costará entender conceptos abstractos sobre el alma, los lugares celestiales, la fidelidad, la infidelidad, la esperanza, la fe. Estos van siendo elaborados más tardíamente en su desarrollo por medio de experiencias.
Por eso, la música debe hablarles de Dios con elementos concretos que tengan un significado experiencial para ellos, pues de lo contrario estarán simplemente repitiendo. Moniquita disfruta mucho que su papá arme conciertos de adoración en casa, tiempos en que los tres cantamos y alabamos al Señor. Recuerdo una historia cuando ella tenía poco más de dos años.
Un día le dijo a su papá: «Papi, cántame la del rey». Fredy, muy entusiasmado, cantó:
Te amo, oh Rey,
y levanto mi voz
para adorar y magnificar,
glorifícate
Al poco rato volvió a pedirle que la cantara otra vez, y así sucesivamente por dos días. Finalmente preguntó: «Papito, ¿dónde está el rey?» Fredy respondió: «Jesús es el rey y él está en nuestro corazón». Inmediatamente, ella replicó: «Pero papito, entonces ¿el Rey León qué?» En su pequeño mundo el referente de un rey era el «Rey León», mientras que para Fredy era Jesús.
Asegurémonos de que nuestros hijos comprendan lo que están cantando o diciendo, pues es muy importante para el desarrollo de su espiritualidad.
La oración, clave en la
afirmación del niño
Para los niños la oración es la conversación, el diálogo amistoso y espontáneo que la familia tiene con Dios, quien es el principal miembro de la familia. Las oraciones recitadas y aprendidas de memoria no desarrollan en el niño la idea de un padre-amigo, al que pueda platicarle todas las cosas importantes de su vida. Personalmente, no las aconsejo.
Otra cosa que he aprendido es que nunca debemos imponer oraciones que las niñas y los niños no comprendan. Recuerdo que Moniquita tenía cuatro años y estaba pasando por momentos difíciles; parecía que quería llamar la atención de cualquier manera. Íbamos camino a casa y, después de que ella reconoció cómo estaba actuando, yo dije: «Muñeca, ora y pídele al Señor que te cambie». Pasó algún tiempo y ella no respondió nada. Nuevamente volví decirle: «Mamita, ore y pídale a Dios que la cambie». Pero ella no profirió ni una sola palabra. Entonces le pregunté: «¿Por qué no quieres pedirle a Dios que te cambie?» Ella respondió llorando: «Si yo le pido a Dios que me cambie, ustedes van a tener a otra hija que no voy a ser yo, y yo otros papis que no van a ser ustedes».
Ciertamente, la afirmación de la niña y el niño dentro de la oración es un elemento importante. Expresar al Señor lo mucho que estimamos y disfrutamos nuestra relación de familia, cuán importantes son nuestros hijos e hijas, ayuda a desarrollar una sana autoestima en el niño. Una de las oraciones más constantes en Moniquita es: «Señor, gracias porque tenemos una familia tan feliz». Mi esposo y yo nos llenamos de emoción al escuchar esto.
También la oración debe ser espontánea y conforme al corazón de Dios y del niño. Moniquita ha aprendido a disfrutar del tiempo de oración a tal punto que muchas veces toma la iniciativa de comenzar a orar. Una noche, antes de dormirse me dijo: «Voy a orar». Conversó con el Señor sobre sus amiguitos, sus abuelitas, sus mascotas
en fin, todas esas cosas importantes en su vida. No me di cuenta cuán rápido pasó el tiempo, pero fueron más de 40 minutos. Entonces le dije: «Mamita, dile buenas noches al Señor». Ella me respondió con determinación: «Duérmete tú, yo sigo orando». Me quedé dormida entre el susurro de sus labios. Al día siguiente me dijo: «Anoche soñé que bailé con Dios». Yo le pregunté: «¿Cómo fue?» Ella me respondió: «No sé si fue bailar, pero él me abrazó y me dio un beso».
Realmente no sé hasta dónde llega la relación de mi pequeña con Dios, sólo sé que es grandiosa.
Ella crece y madura y nos ayuda a crecer y madurar. Nos pastoreamos mutuamente. Es un pequeño ángel enviado por Dios para ministrarnos. Al fin de cuentas, ese fue el llamado de Jesús: colocar a los niños al centro y ser como ellos para entrar en el reino de los cielos (Lc 18.17).
Si exploráramos más la espiritualidad de la niñez, aprenderíamos también sobre el desarrollo de nuestra propia espiritualidad. No son sólo ellos los que aprenden de nosotros, sino que nosotros aprendemos de ellos y crecemos juntos en el reino de Dios.
Esfuércese e invierta tiempo en enriquecer la espiritualidad
de sus hijos.
Hoy es su oportunidad.
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